Me está resultando difícil iniciar
esta entrada porque he fracasado en el intento de dar con historias
curiosas que acompañen la receta de estas pequeñan delicias que son
las Yemas de Santa Teresa, dulces, delicadamente fundentes, con
texturas contrastadas y escamoteadoras... a nada que te descuidas
desaparecen. Apenas una referencia a un posible origen andalusí que
queda en el aire, sin más historia para pasar a evocarse una Ávila
en la que adquirieron fama en tiempo de la santa, pero incluso eso
está apenas sujeto con hilo de hilvanar, ni un atisbo de
“certificación” documental hasta hace más de un siglo cuando ya
comienzan a fabricarse y comercializarse en la pastelería abulense
de Isabelo Sánchez. En fin, que consultados libros y webs, nos
quedamos con que poco se sabe de su procedencia pero eso no ha de
afectar a nuestro ánimo, pues estamos ante uno de los dulces más
delicados y exquisitos de nuestra repostería tradicional, y aunque gran fama
tienen las de Santa Teresa o de Ávila, en nada desmerecen las
de San Leandro (Sevilla), las del canónigo (Burgos), de las
capuchinas o las de Almazán (Soria)
En cuanto al por qué de su presencia
aquí sólo he de señalar que tras unos años sin catar ninguna
decidí que ya iba siendo hora y aproveché la ocasión que me brindó
el repetido ensayo de la Pavlova que quería llevarle a Ester por su
cumpleaños (Ester es, junto con mi madre, la mayor fan del merengue
que he conocido, además de sobrinarebeldesincausa), con lo cual el
excedente de yemas requirió medidas de emergencia. Solución:
satisfacer esos anhelos ocultos de yemas de Santa Teresa casi a
cualquier hora. Y aprovechar que salieron genial para llevar unas
poquitas para las chicas del café matinal, otras para mi
dedicalibrosfavorito, otra para una cena bocatera casi improvisada y
el resto para las chicas de casa, que somos cuatro devoradoras de
laminerías de estas que aún ganan en aprecio, si cabe, por su poco
frecuente presencia.
Lo dicho, no son difíciles de
preparar, sólo hay que prestarles un poco de atención y cogerles el
punto de cocción. Los tiempos son aproximados pues varían
ligeramente en función de la mano y fuegos con que contamos, pero
esto es cuestión de ir probando y se les pierde el miedo enseguida. Cualquier duda o problema que os surja plantadlo en los comentarios e intentaré resolverlo.
Dejo el método tradicional pero, ahora
que tengo la thermomix (máquina infernal donde las haya) probaré a
hacerlas con ella la próxima vez, así que cuando eso suceda
reeditaré y ampliaré la entrada.
Ingredientes
12 yemas
1 corteza de limón (una o dos tiras de
cáscara sin la parte blanca)
1 ramita de canela
180 g de azúcar
135 g de agua
azúcar glass para espolvorear
azúcar glass para espolvorear
Reservamos las yemas en una bol, las
mezclamos para que se tompan bien las membranas que las contienen y
preparamos un almíbar a punto de hebra -casi bola- (para esto en mi
cocina son 14 minutos hirviendo a fuego medio contado a partir del
momento en el que arranca el hervor). Apartamos del fuego. Pasamos
las yemas a una cazuela pequeña baja a través de un colador y
vertemos sobre ellas, sin parar de remover con un batidor de
varillas, y también colándolo, el almíbar preparado, desde un poco
alto para que se enfríe ligeramente al caer y nos nos cuaje las
yemas. Llevamos a fuego medio, removiendo constantemente, sin parar
hasta que la masa de yemas comience a despegarse de las paredes; no
hemos de olvidar que no ha de hervir pues se nos cuajarían las yemas
y estropearíamos la preparación.
Pasamos la masa un plato hondo o un
recipiente bajo y dejamos enfriar, cuando esté a teperatura ambiente
tapamos y psamos a la nevera, yo las dejo hasta el día siguiente.
Una vez bien fría la masa de yemas espolvoreamos con asúcar glass
la superficie de trabajo, tomamos un tercio de la masa y formamos un
rollo haciéndola rodar con las manos. Cortamos porciones, boleamos
con las palmas de las manos y las vamos colocando en pequeñas
cápsulas de papel, Espolvorear con azúcar glass y conservar en las
nevera en un recipiente con tape.
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