Las mazorcas de maiz doradas en la
barbacoa, plancha o sartén y servidas en el plato con buena dosis de
mantequilla formaban parte de mi imaginario cinematográfico heredado
de tardes frente al televisor o de la sesión continua en las salas
de cine de mi más relajada adolescencia, es cierto que el maíz
aparecía en nuestras ensaladas de vez en cuando, pero, a pesar de
gustarnos, no era un ingrediente habitual en nuestra cocina, aunque
sí que era visitante asiduo del microondas para salir de él
transformado en palomitas, sobre todo cuando los sofás se preparaban
para recibir a un pequeño batallón de jovencitas prestas y
dispuestas a tarde o noche de cine. Bueno pues, llegó el momento,
después de verlas en el estante del súper, cocidas y al vacío,
etiquetadas como maíz no modificado y -todo hay que decirlo- tras un
fallido intento casero de cocer y asar unas frescas que me pasó una
amiga y que resultaron estar ya duras e incomestibles (lo de las
risas después de horas de fuego es otro cantar) digo que llegó el
momento de lanzarme a ellas: primero fue de la manera más sencilla,
doraditas en la sartén, con un poquito de aceite y pimienta, y ya
decidí que sí, que me gustaban, que son un plato sencillo, ligero y
nutritivo, válido para resolver una comida o cena cuando hay poco
tiempo para preparar... no había peros, pero había que variar un
poco, pues nada como la diversidad. Así que un par de vueltas por
internet, libros de cocina vegetariana, de cocina del mundo más allá
de nuestras narices y ¡tachán! ya están aquí.
No podía faltar una leyenda, pues son
muchas las que acompañan a esta planta y no sólo explican su nombre
sino su gran valor en las culturas precolombinas. He elegido esta:
“El
maíz(abatí),
ha sido considerado siempre por los indígenas como una bendición
del cielo.
Bajo
el golpe de una dura e intensa sequía, tras estériles rogativas, el
rubichá (jefe de la tribu), tras un diálogo con los dioses, desveló
el secreto:
-Tupá
está enojado con sus hijos y por eso los castiga con el hambre, la
sed y la muerte si no vuelven los ojos hacia Él...
El
pueblo entero se arrepintió y cayó de rodillas, jurando amor y
respeto a sus leyes. Pero el Rubichá continuó:
-Eso
no basta. Para aplacar la ira de Tupá, es necesario sacrificar la
vida de uno de sus hijos.
Entonces
salió un guerrero joven que exclamó se ofreció voluntario para el
sacrificio.
Lloraron
todos, intentaron hacerle desistir, pero el joven mantuvo su decisión
inquebrantable.
El
rubichá no tuvo más remedio que aceptar el sacrificio de aquel
joven, cuya vida podría ser tan útil. Caminaron hasta un sitio
despoblado de árboles, cavaron una fosa y en ella tomó el joven su
voluntaria sepultura. La tierra, fuertemente apisonada lo cubrió
totalmente, dejando sólo fuera la nariz del infortunado.
Al
momento se vió llegar una tormenta en el horizonte, que
vertiginosamente descendió sobre la selva. Luego comenzó a llover
de forma dulce y abundante y así se mantuvo durante toda la noche.
El milagro se había cumplido.
Al día
siguiente la tribu se dirigió al lugar del sacrificio del joven
guerrero para dar gracias. Y encontrarron que en el mismo lugar,
donde el día antes asomara la nariz, había brotado una planta de
largas hojas verdes entre las que asomaban espigas con granos de oro.
Era el
maíz,
y le llamaron "abati ", que quiere decir "Nariz de
indio".
... os dejo un poco de música, ya que estamos, palabra y ritmos de Los Chikos del Maíz. Casi dura lo mismo que la preparación.
Y
ahora vamos a por la receta, para cuya elaboración necesitaremos:
2
mazorcas de maíz, ya cocidas
40 g
de margarina o mantequilla
1/2
cucharita de postre de sal
1/2
cucharita de pimienta negra molida
1/3
cucharita de semillas de cilantro molidas
1
guindilla molida
dos
gajos de limón
Queso
feta desmigado o queso emmmenthal rallado (al gusto, son dos opciones
diferentes)
Aceite
de oliva virgen
En un
cazo pequeño derretimos la mantequilla o la margarina y justo al
punto en el que arranca a hervir la apartamos del fuego, y vertemos
en un pequeño bol en el que tendremos la sal, la pimienta, el
cilantro y la guindilla. Mezclamos bien y reservamos un momento
mientras doramos las mazorcas en una sartén con un poquito de aceite
de oliva a fuego medio-suave, que no se nos queme el aceite; vamos
dando vuelta a las mazorvas hasta que adquieran un suave dorado todo
alrededor y entonces añadimos el preparado de mantequilla con
especias, dejando al fuego dos minutos más, girando las mazoras para
que se embadurnen con el aderezo y tomen su sabor. Pasamos a un plato
y espolvoreamos con el queso. Servimos inmediatamente, acompañadas
de los gajos de limón que exprimiremos por encima justo al comerlas.
Una receta
sencilla y rápida, llena de sabor...
Siento lo del formato de letra, no sé por qué sale tan pequeña en la segunda parte de la entrada. Podéis, si queréis, descargar y guardar la receta como pdf y ampliar la imagen del texto, Gracias, y saludos a todos. Espero que, a pesar de todo, disfrutéis de esta receta.
ResponderEliminarCati.